Al día siguiente, madrugón y tren de Cuzco a Aguas Calientes, donde comienza el ansiado periplo a Machu Pichu. Cuando nos bajamos del tren en Aguas Calientes y vi la inmensidad, el verdor y las montañas que rodean el pueblo, flipé, pero cuando llegué a Machu Pichu, mi sensación fue indescriptible. Pensaba que no me sorprendería nada porque estamos hartos de ver la foto en todas partes, pero verlo en vivo y en directo es impresionante. Sobre todo por las montañas que lo rodean. Allí pude imaginar todas las escenas del libro que leí y por qué se tardó tanto en descubrir este sitio. Realmente está escondido en un lugar privilegiado, mágico. Es fácil entender por qué los incas daban tanta importancia a este sitio. Uno entra en una sintonía especial con la naturaleza. Es extraño y agradable a la vez.
El día de Navidad tocó visita por la ciudad de Cuzco. Hasta que no la vi de día no me di cuenta de que lo que los españoles hicieron en Sudamérica fue brutal. Las calles, los edificios, las iglesias... todo parece español. Por momentos parecía que estuviera paseando por Salamanca o Andalucía. Es una ciudad preciosa, en la que se encuentran muchos símbolos del Imperio Inca mezclados con la tradición colonial.
Pero los viajes por esta zona del mundo tienen un lado negativo: la pobreza. De este viaje me van a quedar 3 niños en la memoria para siempre. La primera una nena que había en la estación de autobuses de Puno (Perú) y que estaba al lado del bidón de la basura esperando para recoger cualquier resto de comida o bebida aprovechable... y cuando digo cualquiera me refiero hasta el típico "culillo" que se deja en las botellas de Coca-Cola. Luego, en Machu Pichu, un niño que bajó desde las ruinas hasta Aguas Calientes (un trayecto de 30 minutos en bus) corriendo, saludando a los turistas a cada curva para ganarse unas monedas al final del trayecto. Por último, en Cuzco, en la plazoleta de una iglesia en lo alto del pueblo, desde la que había unas vistas impresionantes, un niño de 10 años se pasó la tarde entera con su llamita esperando a que los turistas se hicieran fotos con él, el día de Navidad. No me siento mal ni me flagelo cada día por esto, pero el nivel de vida que nosotros tenemos aquí lo "pagan" en cierto modo, la gente pobre que abunda en esta zona. A veces creo que me estoy haciendo inmune a este tipo de situaciones.
En fin, no quiero cerrar el post con pesimismo, ni mucho menos, porque las vacaciones fueron alucinantes... ahora me queda hacer la maleta esta tarde para partir mañana rumbo a Buenos Aires, donde espero que el verano me reciba con los brazos abiertos.