martes, 8 de enero de 2008

Buenos Aires, ya te extraño

Este post llega con retraso, pero es que la vuelta a la normalidad ha sido dura y la pereza me ha vencido.
Desde que tengo uso de razón he querido visitar Buenos Aires y desde que compré el billete para irme en fin de año he estado dando botes de alegría. En este viaje puse infinitas expectativas, pero lejos de decepcionarme, se han superado con creces.
Huyendo del frío paceño, Buenos Aires me recibió con un calor húmedo y familiar, y con mi maleta destrozada, algo a lo que en Aerosur ya me tienen acostumbrada. En otras circunstancias esto me habría cabreado, pero ni siquiera este incidente pudo quitarme la sonrisa de la cara. Estaba en Buenos Aires y, ni la maleta, ni ningún imprevisto de este tipo me iba a amargar mi soñado viajito. Así que tomé un bus rumbo a Capital Federal y lo primero que llamó mi atención fue la cantidad de carriles que había en la carretera, que además estaba adecuadamente asfaltada, los coches no eran cutres y se movían ordenadamente entre las líneas que separaban cada carril. En ese momento me di cuenta de que había cambiado mi chip de compararlo todo con Europa por otro que lo comparaba todo con La Paz. Toda una ventaja, puesto que si hubiera hecho este viaje desde España, igual la ciudad no me habría sorprendido tanto. Desde la ventanilla del bus no dejaba de ver árboles, césped… todo de un verde que sorprendía a mis ojos, acostumbrados al árido, que no por ello feo o desapacible, paisaje paceño.
Los días allí han pasado volando. Mi primera imagen una vez en la ciudad fue el barrio de Recoleta, que cumplía con la idea que yo me había hecho, aunque con un aire europeo que me resultaba algo raro en este continente. Los edificios, la gente, el “modus vivendi” hacen que uno no se sienta del todo en Sudamérica.


Desde luego no me sentí como en La Paz, no me sentí extranjera, aunque lo seguía siendo. El barrio de San Telmo con tanta vida y jolgorio me recordó a la feria de Málaga, y las noches, con su brisa caliente, a las calurosas noches del verano madrileño.

Todo era familiar, y nuevo a la vez. Bailamos tango (yo ya me he hecho una fanática y esta semana empiezo a aprender pasos nuevos) y comimos las uvas frente al televisor a pleno día y con un calor de morirse un montón de becarios de distintos puntos del globo (Sao Paulo, Amman, Rabat, Buenos Aires y las de La Paz, junto a una sevillana que estaba visitando a una amiga y una argentina que fliparía con nuestra euforia) brindando con champán en unas circunstancias que yo no me imaginaba el año pasado a estas alturas. El encuentro con becarios de otros lugares del mundo ha sido muy divertido y la cena de nochevieja fue inolvidable, bailando en mitad de la calle y brindando con desconocidos que también celebraban el fin de año en ese restaurante. Fue una explosión de emoción, sin lugar a dudas, supongo que a ninguno de los que estábamos allí se nos olvidara este fin de año, a mí desde luego se me quedará en la memoria para siempre.

Los días allí han sido maravillosos. No he dejado de sonreír. He sido absolutamente feliz. La ciudad me ha conquistado, pero sin duda ha sido la gente la que ha hecho que no se me quitara la sonrisa ni durmiendo y que la morriña por las fechas haya sido pasajera.
Tengo que darle las gracias a mis dos compis de clase del CECO que me recibieron allí. A Encarni por organizarlo todo y hacer posible una nochevieja inolvidable, por estar tan atenta a todos y por su alegría, que en estos tiempos me he dado cuenta de que es algo que se agradece poco y que es indispensable; y a Rubén por todo, por hacerme sentir como en casa desde el primer minuto, por su disposición a cualquier plan (incluido una ruta por las tiendas de delicatessen de Palermo en busca de jamón serrano y queso del bueno), por hacer de guía por una ciudad en la que hay una historia en cada rincón y por sus sorpresas, atenciones y mil cosas más.


Desde el otro lado del mundo una amiga me decía ayer que en estas circunstancias en las que nos encontramos lejos de nuestras vidas habituales, se echa en falta estar con gente que ya te conoce un poco y con la que has compartido algo (aunque ese algo sean 6 meses de presiones y de estrés en busca de un sitito en el mundo). Para mí eso ha sido lo mejor.
La vuelta fue dura. Cuando llegas a La Paz en avión lo primero que te da la bienvenida es El Alto, la ciudad más pobre de toda América, según tengo entendido. Hasta las azafatas son distintas… ni que decir de los taxistas, aunque el que nos llevó al aeropuerto en Buenos Aires se iba quedando dormido y el de La Paz nos dejó tiradas con la excusa de que se le había arruinado el coche, vamos, que estos dos se daban la mano, pero por lo general en La Paz es difícil o casi imposible entablar una conversación con un taxista, mientras que en Bs As hemos podido escuchar las reflexiones de varios. Pero bueno, se ve que el carácter de allá es distinto porque nada más bajarme del bus del aeropuerto una señora se puso hablar conmigo como si fuera mi vecina de toda la vida. En fin, que ha sido todo un contraste.
De este viaje sólo me quedan buenos recuerdos y ganas de volver.

Feliz año a todos.

4 comentarios:

Eva dijo...

Artista!! jaja, comparto completamente tus reflexiones sobre la Nochevieja en Buenos Aires. Para mi la vuelta a Sao Paulo también ha sido un poco traumática...

Un besazo y cuidate.

javier p. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
javier p. dijo...

Buenos Aires: aun sin billetes, siento que ya va faltando menos para ver lo que escribes.

¿La Paz estación de paso, à la façon de Lucía?

En cualquier caso: Lima la gris, incluso en verano: pura melancolía.

Un abrazo
j.

swampwalk dijo...

Ni lo dudes, si te decides te/os esperaré en esta estación de paso con ilusión.

Buenos Aires es una ciudad sin igual en esta región llamada Sudamérica.

Lima, la gris, la melancólica... estoy deseando conocerla.

Un beso fuerte, Javi.