El domingo lo despedimos en el peculiar paisaje del Valle de la Luna, donde nos creímos todos modelos por un día. Ahí se vio que nosotros también somos guiris aquí. Y por la tarde, a hacer más el guiri: subiéndonos de nuevo mil en un taxi, poniéndonos los típicos gorros del altiplano, comprando como locos todo tipo de artesanía. Todo amenizado con mis pataletas infantiles y repentinas por saber que en breve se marcharían. La última noche cenita en el Sol y Luna: Noche de velas, abrazos y palabras de cariño. Noche de bailes en el Mongo's y noche de fiestecilla improvisada en mi casa, con quejas vecinales incluidas. Y así, se hicieron las 4 y pico, riéndonos de todo y compartiendo con I. y con Yako momentos de payaseo incalificables.
Siempre he pensado que recibir visitas es un poco como viajar. Uno ve la ciudad que enseña con los ojos de para quien todo es nuevo y redescubre rincones olvidados y encuentra lugares desconocidos. Con las personas ocurre lo mismo. Estos días tan breves, pero tan intensos, me han permitido conocer un poquito a Nacho, su sentido del humor y sus ganas de pasarlo bien; pero también he podido redescubrir a Encarni y Rubén, lejos de los agobios del año pasado, lejos de la presión y el estrés. A ella, con su alegría y sus gestos inquietos, signos de que está atenta a todo y disfrutándolo todo, a pesar de su contractura o el cansancio (cómo me gusta que alguien sea capaz de decir "me mola la vida"). A él, con sus ganas y su disposición a cualquier plan, con su atención e interés por todo y por todos, y con sus abrazos llenos de serenidad.
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