Después de mil intentos fallidos, logramos que nuestros planes no se fastidiaran por bloqueos y protestas y llegamos a Potosí.
Es una ciudad que poco tiene que envidiarle a Cuzco. Se trata de la capital del departamento (equivalente a comunidad autónoma) más pobre de Bolivia. Lo cual es toda una paradoja ya que el Cerro Rico mantuvo la economía europea durante 3 siglos.
Visitamos una mina. Fue espectacular y muy impresionante. En Bolivia estas cosas no están montadas para los turistas en el sentido de que no te llevan por una ruta asfaltada ni nada por el estilo. Uno entra a la mina por donde los mineros y si viene el carro lleno de minerales te metes donde puedes. A mí me impresionó. El sitio era agobiante por el calor y el polvo, pero la experiencia merece la pena. Hay 15.000 mineros de los que 3.000 son niños. Triste. Viendo esto interiorizas la magnitud de las diferencias existentes entre dos personas por haber nacido en sitios distintos, las oportunidades que a nosotros nos vienen dadas por el simple hecho de nacer en un país desarrollado y a las que mucha gente aquí no podrá acceder ni aunque viva 300 años en esta vida, por mucho esfuerzo que hagan o por mucho que lo intenten.
Al día siguiente visitamos La Casa de la Moneda, que es uno de los edificios mejor conservados de la época colonial. Le llaman el Escorial de América y la verdad es que es un edificio bastante bonito. El lugar es una joya. Estremecedor saber cómo trataban a los indios en aquélla época, obligándolos a trabajar hasta morir en condiciones infrahumanas sólo para acuñar monedas. Durante la visita guiada pusieron a parir a los españoles cientos de veces. Entre nosotras surgió el debate de si esos españoles son tan antepasados nuestros como de los que habitan este continente ahora y no llegamos a ningún acuerdo.
Potosí ha sido un antes y un después en la imagen que yo tenía de este país. Me parece aún más pobre y más víctima del expolio que sufrió en el pasado.
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