A estas alturas del año a mí el cuerpo me va pidiendo primavera: sangrías y tapas en una terraza, tardes de paseo por la playa y esa luz del sol que ilumina Madrid. Pero en el hemisferio sur estamos en otoño y, aunque en La Paz no se ven hojas secas, va haciendo una rasca que me anuncia que lo siguiente es el invierno. Y sin embargo, yo me siento en plena primavera y como dicen Los delinqüentes, sin llorar "porque vivo en Carnavales".
A pesar del frío, se hace lo que se puede. Fiesta con lacitos verdes y, con el chaki y las risas, mini-viaje de fin de semana para ver el pico más alto de Bolivia, el Sajama: un amanecer espectacular con la luna más grande que he visto jamás a plena luz del día.
Una tarde en casa de Pau, inesperada y divertida.
Las noches en casa de Cris, con cenas de lujo y clases de tango, y conversaciones que invitan a pensar en el próximo destino y en el por qué del cariño que se le pilla a esta ciudad.
La cuenta atrás se me está pasando más rápido de lo que esperaba.
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