Estoy leyendo en mi casa en Distrito Federal las noticias que llegan desde todos los rincones del mundo sobre la gripe porcina.
El domingo regresé a México desde España sin que al hacer el check-in ni al subir al avión nadie nos dijera nada acerca del virus. Sin pasar ningún control más que los que se hacen normalmente, y sin escuchar ninguna comunicación oficial por parte de la compañía aérea ni de las autoridades españolas acerca de lo que pasaba aquí.
12 horas más tarde, al llegar a México la madrugada del domingo al lunes (hora española), me llegaron varios mensajes desde España, donde estaban alarmados por las noticias. Y al día siguiente, el lunes por la mañana en México (por la tarde en España) la psicosis estaba desatada, y por si fuera poco, un terremoto de 5,8 grados sacudió la ciudad. De repente México se convirtió en el centro del mundo. Más noticias, o más ruido mediático, y la mente por momentos nos llevaba a pensar en que había llegado el Apocalipsis.
Hoy martes ya leo que la situación mundial que ha generado la gripe porcina se está comparando con algunas epidemias sucedidas a lo largo de la historia de la humanidad. Todo esto ayuda poco a los que estamos aquí y menos a los que desde la distancia nos piensan y no les es fácil hacerse una idea de cómo es nuestra vida aquí, y menos en estas condiciones.
Somos muchos los que estamos trabajando desde casa y los que por precaución evitamos lugares concurridos. Pero si uno pone un pie en la calle ve a gente, unos con mascarillas y otros sin ella. Decir que el DF es una ciudad fantasma es una exageración grave. En una ciudad que supera los 20 millones de habitantes, es inimaginable pensar en calles vacías, en carreteras sin coches y en silencio. Hay menos gente, menos coches, pero sigue habiendo ruido. En esta ciudad, afortunadamente, la vida no se ha parado, ni por la gripe ni por los temblores, ni por el miedo que impregna cada noticia sobre este país.
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