Esta noche al salir de francés he perdido el autobús. He caminado la 3ª avenida hacia la 49, soñando con no esperar demasiado el M-50 y cuando estaba llegando a la esquina lo he visto pasar. He cruzado la avenida y me he quedado con cara de tonta viendo desde la acera de enfrente como se alejaba. Cuando he podido cruzar lo he perseguido, y así, corriendo he llegado hasta Park Avenue, y ahí me he dado cuenta de que ya no merecía la pena correr, ni esperar. No estaba lo suficientemente lejos como para tomar el bus, pero bueno, tampoco estaba al lado de casa. Así que, sin pensarlo demasiado he comenzado a caminar. Pronto he llegado a la 5ª avenida y en la esquina con la 49 frente a la tienda Lacoste un chico trajeado llamaba un taxi, mientras al lado una chimenea de las que ponen en la calle echaba humo sin parar. El chico no era ni feo ni guapo, una cosa normal, pero su traje no era un traje cualquiera, una cosa insípida. No, su traje era un traje en el que cada línea estaba en su sitio, era como estar de repente en una película. Por un momento he pensado en eso, me he dicho "parece que estoy en un decorado rodeada de personajes". De camino a la 6ª y he pasado por Rockefeller Plaza donde la Navidad ya ha llegado. Las luces blancas que adornan los árboles ya van anunciando la época que está por llegar y la tradicional pista de patinaje ya deja claro que, aunque algunos queramos negarlos, el invierno está a la vuelta de la esquina. Me he parado un instante, sólo para contemplar de nuevo esta escena tantas veces vista antes en la pantalla de un cine o en la tele de mi casa, la escena de otro mundo, de gentes de otros lares con ropa de invierno patinando sobre hielo. Y luego he seguido hasta la 6ª, he pasado por una óptica en cuyo escaparate se exhiben gafas -que bien podrían ser de otra época, y no me refiero a ninguna que esté por venir- sobre calaveras de plástico de colores chillones. Dos pasos más adelante, el famoso Magnolia Bakery, con sus cupcakes de mil colores. La tienda estaba llena. Me gusta pararme en el escaparate y ver cómo la gente elige los pastelitos, es como volver a ser niño. Uno espera con ansias hasta poder hincarle el diente al no muy sano manjar, y claro, tampoco es como para comer muchos, así que hay que elegir entre la variedad que tienen. No es que a mí me encanten, pero lo que sí admiro es lo cuidado que tienen hasta el último detalle en esta tienda, un lugar en el que el esfuerzo por parecer ¨vintage¨ hace que nos olvidemos de que es una cadena que nació en el 1996. Pero bueno, a quién le importa cuando ves en vivo y en directo el mimo con el que preparan cada una de estos pastelitos. Después de pasar esta tiendita me paro en esta esquina, una de mis preferidas en Nueva York: la 49 y la 6ª. Tiene algo. Tanta luz, y el Radio City Music Hall al lado. Todo me sigue pareciendo de película. No sé si era aquí donde la protagonista del "Diablo viste de Prada" se despide de su esclavizada vida en el mundo de la moda, pero a mí me recuerda a esta escena. He seguido caminando. A estas alturas ya me daba igual que llegara el autobús. Me apetecía caminar y recrearme, después de haber estado 3 días encerrada en casa por un resfriado, en la que es ahora mi ciudad. He pasado por la 7ª y luego Broadway, entre estas dos calles, hacia el sur, se erige Times Square. Muchos odian este lugar. A mí me parece un sitio fantástico. La alegoría del mundo en que vivimos. El epicentro del consumismo, de la emisión desbordada de mensajes que es el mundo de hoy. Y más allá de eso un escenario de película. Otra vez. No sentirse en el corazón de Nueva York aquí es un delito. Por muy turístico y casposo que a veces se empeñen en decir que es. Yo digo que es lo que muchos hemos visto desde el sofá de nuestras casas antes de venir. Mientras Rockefeller plaza me hace pensar en el invierno, Times Square me hace pensar en el verano. Me recuerda a la peli "Besando a Jessica Stein". Supongo que habrá muchas más pelis y más conocidas que hayan tenido lugar ahí, pero a mí me vino a la cabeza esa. Continúo caminando y pasó por el teatro donde ponen Chicago, el musical que vi cuando vine a Nueva York por primera vez, y continuo paseando por la calle y veo un negro ciego que habla con otro mientras sujeta su bastón en la mano, en la puerta de una iglesia, toda la escena sigue pareciendo sacada de una película de los 90. Y mientras camino ya cerca de casa, no dejo de oír idiomas de otros continentes, de ver rasgos que no son de Estados Unidos, o tal vez, ya sí. Fascinada por tanto mestizaje, por esta mezcla de orígenes que se encuentran en estas calles, llego a la 9ª avenida, donde se funden sabores de mil lugares del mundo. Una de las cosas que más me gusta de este barrio es vivir al lado de una calle en la que cada noche se puede cenar en un país diferente. Y poco a poco voy llegando a casa, voy llegando a mi departamento con vistas a la 10ª avenida. Voy respirando el aire fresco y voy agradeciendo al M-50 que hoy me haya dejado en tierra.
1 comentario:
que rica narración! saludos
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