Río hierve vida, colores, música; la de la bossa en directo del Río Scenarium, con parejas que bailan sin importar quien mire sin pensar en el ayer ni en el mañana, dejándose mecer por la suavidad de estas dulces melodías; Y la de la samba, la del carnaval, la de los cientos de personas que se reúnen para cantar el mismo himno, para ensayar los pasos y letras que habrán de cantar en el Sambódromo durante el carnaval que está por llegar, la fuerza, la pasión, el calor. La música en Río no deja indiferente. Tampoco en Bahía, donde los ritmos son otros pero la pasión es la misma. Bahía con los colores de Pelourinho, con la herencia afrobrasileira que a uno lo hace sentir a veces al otro lado del Atlántico y preguntarse cómo el hombre fue tan salvaje para esclavizar a otras personas por ser de otro color.
Fuera de las ciudades, Brasil no deja de ser intensa y contundente en sus formas. En Ilha Grande, donde no dejó de llover los 3 días que estuvimos, nacen plantas de cualquier piedra y es imposible no sentirse en un país tropical. Fue allí donde vi por primera vez varios bambús juntos, qué belleza. El Morro de Sao Paulo, también tiene lo suyo. La marea subía por las tardes envolviendo las playas como si de un velo que las tapara por la noche se tratara, y con las primeras luces de la mañana, extensiones kilométricas de arena aparecían desnudas como si se hubieran desprendido de ese velo para disfrutar de los rayos del sol o de las gotas de lluvia, dando lugar a un espectáculo de arena, piedras y piscinas naturales.
Y los sabores de Brasil: a Cachaça con limón y azúcar, a jugos de mil sabores (caju, papaya, mango, acerola, guayaba, cupuaçu...), pescados, langostas, açai.
Sí, Brasil es eso. Supongo que será muchas otras cosas, pero para mí ha sido eso: Un puro gozo para los sentidos.
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