miércoles, 31 de octubre de 2007

Excursión a Sorata

Mi primera salida de La Paz ha servido para demostrarme que Bolivia es, sin lugar a dudas, un país de extremos. Al menos es lo que yo pienso.
Si las vistas son bonitas, son grandiosas; si la gente es pobre, es paupérrima. Extremos y contrastes.
El viernes quedé con un grupo de españolas para hablar de nuestra pequeña excursión a Sorata. Ya de paso fuimos al cine y vimos “Evo pueblo”. La película no me gustó pero mereció la pena ir al cine sólo por ver cómo uno de las salas más importantes de toda la ciudad está insonorizada con cartones de huevos. Ver para creer. Tuve que preguntar a la gente con la que iba si es que yo veía mal o eran de verdad cartones de huevos. Y lo eran, inaudito. Pensar que en España la mayoría de los cines tienen sonido THX da una idea de la diferencia que hay entre ambos países.

Pero esto es una mera anécdota comparado con todo lo demás.
El sábado por la mañana temprano quedamos para nuestra excursión. A pesar de que éramos 5 decidimos intentar coger sólo un taxi. El taxista accede encantado, a él le da igual llevar 8 que 80, ahora, eso sí, 2 personas tienen que ir en el asiento de delante. Y ahí nos teníais que ver a otra chica y a mí, además de las mochilas para pasar el fin de semana, en el asiento del copiloto. El trayecto fue de unos 20 minutos, en una ciudad en la que los semáforos, las preferencias, los cinturones de seguridad, los intermitentes, etc… no se utilizan, vamos, no se les hace caso, porque los semáforos funcionan, pero se los salta todo el mundo.

Tras la odisea en el taxi llegamos a la zona del cementerio, de donde salen las llamadas movilidades a distintos puntos del país, entre ellos, Sorata. Antes de nada explicar que en Bolivia no es muy frecuente viajar en autobús o autocar como se entiende en España. Qué va, eso queda lejos aún. Aquí lo que se estila son los automóviles monovolúmen, lo que llaman movilidad, y que lo mismo sirve para un trayecto de 20 minutos como para uno de 5 horas. Las carreteras están inundadas de autos de este tipo.

Hablamos con el dueño de una de las movilidades que nos dice que no tardará en salir. Nos subimos y vamos sólo nosotras. El conductor dice que ya irá subiendo gente por el camino. Yo voy de copiloto y puedo comprobar que el contador de velocidad no funciona, a día de hoy me he dado cuenta que no funcionan en casi ninguna movilidad. El señor se desespera porque no se sube nadie. Aquí los conductores llevan ayudantes (voceros) que son los gritan por la ventanilla el destino de la movilidad. Pero como en este caso el hombre iba solo pues me toca gritar a mí por la ventanilla. Todo esto en mitad de El Alto, la ciudad más pobre de toda América, y paso necesario para salir de La Paz. La cara de la peña cuando veía “vocear” a una “blanca” era un poema. Mi cara era otro poema al ver cómo esta ciudad tan pobre y tan gris, sin embargo está salpicada de los colores de las ropas de las cholitas y de los puestos de la calle (iba a hacer fotos pero corría el riesgo de quedarme sin cámara). Finalmente, tras una vuelta de una hora en busca de pasajeros, el hombre consigue llenar el auto y partimos ya rumbo a Sorata. Los paisajes desde el coche son alucinantes. La Paz está rodeada por distintos nevados de la cordillera real de los Andes y las imágenes son preciosas. Además, pasamos cerca del lago Titicaca y el reflejo de la luz del sol dan lugar a una estampa chulísima. Todo es yermo, y se van salpicando poblaciones formadas por especies de chabolas donde se suben hombres y mujeres, ellas vestidas de chola.

Decía que Bolivia es un país de extremos porque la belleza de los paisajes que uno va encontrando por el camino, va pareja al peligro de las carreteras por las que transita. La carretera para entrar a Sorata es, en realidad, un camino de tierra de un carril y medio y con un cortado de varios cientos de metros de altura. Encima empieza a llover. Vamos, que yo no he rezado más padrenuestros en mi vida… bueno, sí, a la vuelta.
Finalmente llegamos a Sorata, “paraíso terrenal”, como pone en los carteles. Sin embargo, lo que encontramos en realidad es un pueblo que aún guarda reminiscencias de un pasado glorioso, pero que ahora está sucio y dejado. El nublado nos dejó sin ver el Illampu, pero el domingo decidimos ir a una cueva que está en la zona, para que el viaje no fuera en balde.
Si el camino para entrar a Sorata era chungo, el que nos llevó a la cueva no tiene palabras. En esta ocasión fuimos en un taxi que, como no, ni tenía cuentakilómetros, ni palanca para las ventanillas, ni nada de nada, y allí íbamos. Como en las curvas no se ve, lo que hacen es pitar, y tras una de estas nos encontramos con una movilidad parada en mitad de la carretera y unas 10 personas con la música de una radio a toda voz fuera del auto. El conductor de nuestro taxi nos cuenta, cabreado, que son borrachos, que la gente aquí bebe mucho. Yo no me puedo explicar como a una persona normal le puede dar por beber y coger un coche por la peor carretera que yo haya visto en mi vida, a las 11 de la mañana, encima. Pero bueno, está visto que nuestra visión de la normalidad es muy distinta a la de ellos. El taxista nos dice que en este país el alcohol es un problema tremendo y que al final acaban a puñetazos casi siempre.

Llegamos a la cueva, exploramos un poco el sitio, que es bastante bonito, con lago incluido, y a los 20 minutos vemos como los borrachos de la movilidad entran en la cueva con radio incluida. A esta gente le gusta el riesgo porque aquí si te caes te pegas una buena leche entre tanta piedra. Iban cocidísimos, y allí estaban tan felices, con su radio y sus botellas. Increíble.

Acabamos la visita y a la salida nos espera nuestro taxi. De repente empieza a llover. Yo me pregunto, ¿quién me manda a mí meterme por esta carretera del infierno y encima lloviendo? El taxista no pone el limpiaparabrisas, no tiene palanca. Al rato para en mitad de la carretera, abre el capó y de repente empieza a funcionar el limpia. Surrealista.

Volvemos al pueblo, comemos y cogemos la movilidad de vuelta a casa. Conduce un hombre acompañado de su hijo, que hace las veces de vocero. Pero cual es nuestra sorpresa cuando, tras pasar el control a la salida del pueblo, el padre se pasa atrás y el hijo, de unos 14 años, se pone a conducir. La peña mira al padre con cara de “¿qué está pasando?”, y el señor contesta “es que él es más diestro en las curvas”. Ir por una carretera normal con un niño de 14 años conduciendo da miedo, pero ir por una carretera sin asfaltar y encima con precipicio, da mucho más. La puerta además no tenía pestillo y una de mis colegas iba temiendo salir despedida del coche. A pesar de que todo parezca de peli de miedo, al final tienes que ir riéndote porque no te queda otra. A los 15 minutos se nos pincha la rueda. El niño la cambia, vuelve a coger el coche y se mete una niebla espesísima. Yo miro esto atónita porque realmente el niño actúa como un adulto, igual que el pequeño que nos atendía en un bar de Sorata. Aquí son muchos los niños no tienen infancia, o al menos no como la entendemos nosotros.

Tras varias horas de viaje, llegamos a La Paz. Lo primero que veo cuando me bajo del coche es a una cholita (mujer vestida con el traje típico) agachada en medio de la calle. Pregunto a mis colegas si está haciendo lo que me imagino, y me dicen que sí. Yo es que no puedo dejar de asombrarme. La señora con su falda, su gorrito y su mantón, haciendo pis delante de toda la calle, que estaba abarrotada, banda de música incluida. Me dicen que eso es normal, y también verlas bebidas y pegándose, con sus trajecitos de colores.

Aparte de todo esto, la excursión fue divertida y a mí me quedan aún muchas ganas de viajar. Esta tarde me voy al Salar de Uyuni durante 4 días. Dicen que es uno de los sitios más maravillosos del mundo. Y como no, el salar más alto de la tierra y uno de los más grandes. Una vez más, he de decir que todo en este país es extremo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Primeras impresiones de La Paz

Después de casi 2 semanas por La Paz creo que ya es hora de reflexionar un poco acerca de esta ciudad, de la que aún conozco poco, pero que ya me ha inspirado muchas y dispares sensaciones.
Por lo pronto, la bienvenida que me dio mi destino fue un dolor de cabeza insoportable y un cansancio sublime cada vez que caminaba dos pasos a causa del soroche (mal de altura) que no a todo el mundo afecta por igual.
Lo primero que vi cuando aterricé a este lugar fue grandioso. Un horizonte salpicado de luces que trepan hacia las estrellas. La oscuridad de la noche escondía una ciudad gris y llena de luz y color al mismo tiempo. La estructura de La Paz es algo insólito. La ciudad crece desde una hondonada hacia los cerros de manera que, mires donde mires, no dejas de ver las montañas que la rodean, pobladas de casitas y con el impresionante nevado Illimani en uno de sus lados.
Andando por la calle lo que más llama la atención son las mujeres vestidas con el traje de “chola”, como las llaman aquí, y que es algo chocante al principio. Como si a mí me da por ponerme el traje de gitana para ir por la calle. Una vez que uno va conociendo un poco la ciudad, se va dando cuenta de que hay algo distinto a cualquier ciudad europea. No se puede definir, no es bueno ni malo, es algo que la hace diferente y por ello más auténtica. Se acabó lo de ir a la calle principal de la ciudad y ver 40.000 franquicias. Aquí la única cadena que se ve es la de “Pollos Cochabamba” y si quieres un jersey te lo compras en un puesto cualquiera. Porque aquí hay puestos de todo tipo: jerseys, cds y dvds piratas, bolígrafos, frutas, chucherías… y cuando menos te lo esperas tienen un télefono o una televisión (no sé donde narices la enchufan).
A pesar de que hablemos el mismo idioma son muchas veces las que no te entiendes con la persona que estás, es raro, pero es así. Quizá la lengua sea una de las pocas cosas que tenemos en común, y la diferencia de expresiones te hacen aprender cada día una nueva palabra con la que tendrás que convivir durante un año.
Esto me gusta y creo que el país tiene grandes sorpresas, sin embargo, la situación que vive aquí la gente, la desigualdad, es algo que duele nada más percibirlo la primera vez.
Si uno mira esta ciudad desde el aire ve muchas casitas y algunos edificios altísimos. Así explico yo la situación de los habitantes de este lugar. Algunos afortunados y muchos supervivientes. Para mí ir al supermercado y ver que una niña te mete la compra en bolsas en busca de una monedita es algo doloroso y ante lo que no sé reaccionar. Un niño no debería estar trabajando. Esto es una perogrullada, claro. Estamos hartos de ver estas cosas por la televisión, pero verlo en vivo y en directo y darte cuenta de lo afortunado que eres tan solo por haber nacido en otro lado del mundo es algo que a mí me invita a pensar hacia donde va todo esto.

En fin, tampoco puedo contar mucho más. Estas son mis primeras impresiones. Quedan muchas por llegar.