lunes, 26 de noviembre de 2007

Cine, cine, cine

Una de las primeras cosas que hice cuando supe que iba a vivir en La Paz fue mirar las carteleras de los cines. ¡Qué espanto! Lo único que había eran americanadas y las que no eran desconocidas, se habían estrenado en España hace mucho. Con este panorama me dije a mí misma: “un año sin ir al cine”.
Para mi sorpresa, ha sido todo lo contrario. En lo que llevo aquí he ido más al cine y he visto más peliculones que en los 6 primeros meses de 2007 en Madrid (el precio también influye, aquí la función más cara cuesta 1´5€).

Lo primero que me encontré cuando llegué a esta ciudad fue un Festival de cine Iberoamericano gracias al cual pude ver la maravillosa “Madeinusa”, una película que muestra la realidad de las zonas rurales del altiplano. Está ambientada en Perú pero yo pienso que lo que describe se da en muchos pueblos de esta parte de Sudamérica.
Al poco tiempo, salta a los periódicos que van a reabrir la cinemateca boliviana, después de 10 años cerrada. Ha sido todo un acontecimiento. El edificio es moderno y los cines son parecidos a los europeos, un salto de calidad increíble, teniendo en cuenta cómo son los cines acá. Pero lo mejor de todo es, sin lugar a dudas, la programación. El primer estreno ha sido “Las tortugas también vuelan”: estremecedora visión de un conflicto a través de las vivencias de los niños que lo sufren (bettyboop, tienes que verla yaaa, es una “snif” de las nuestras). A pesar de que al principio pensé que tanta parafernalia se quedaría en agua de borrajas (cuando llevas en este país un tiempo te das cuenta de que las palabras se quedan en nada), la verdad es que no dejan de programar películas interesantes y poco vistas en el circuito comercial. Hace dos semanas fue la semana del Decálogo, del director polaco Kiewsloski (creo que se escribe así). Hasta han organizado un curso de cinematografía y guión coordinado por un director de cine italiano (al que me he apuntado, claro).

Pero por si fuera poco, hace dos miércoles se inauguró el octavo festival de cine europeo. Lo abrió “Simon”, una producción holandesa (qué gusto volver a ver las calles de Amsterdam) de la que no esperaba nada y que me ha sorprendido muy gratamente. En la línea de “Las invasiones bárbaras”, pero con más humor, habla del cáncer pero en realidad la enfermedad es una excusa para reflexionar acerca de la vida y la amistad; igual ríes a carcajadas que sueltas alguna lágrima. Una película que probable y lamentablemente no llegue a los cines españoles y que, sin esperarlo, he podido ver en este rincón del mundo. Cada día habrá 3 pases con películas distintas de distintos lugares de Europa. España trae cuatro: “Camarón”, “Cosas que hacen que la vida valga la pena”, “Te doy mis ojos” y “Noviembre”… un mix demasiado realista, io credo.
Y otra de las cosas que me ha sorprendido de este país es que todo se piratea. En España en el top manta te encuentras las 4 pelis americanas de turno. Aquí lo encuentras todo: clásicos, documentales… todo. Claro que prácticamente el único mercado para comprar cine es el negro. Pero, a pesar de esta explosión cinematográfica, antes de venir para acá me entró la paranoia de que iba a estar un año viendo basura, por lo que me hice con una tarrina de dvd’s en busca de un alma caritativa que los convirtiera en antídotos para mi espíritu una vez aquí. Y la encontré. Así que le dedico este post al señor Pardo, que se pegó un domingo entero enchufado a la grabadora para que yo no me viniera a Bolivia con las manos vacías. Las pelis no han hecho el viaje en balde. Me estrené con “Corre, Lola, corre”, que me transportó a la increíble ciudad de Berlín en un día de morriña, (qué película, qué banda sonora, qué guión…) y he seguido con “Bajarse al moro” (no me canso de verla) y con “La cena de los idiotas” (qué comedia tan brillante). Así que desde aquí, gracias Jorge, y a Rowen por grabarme series, que también me vienen muy bien cuando me canso de este lugar y quiero volar a otros mundos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

En mitad de la nada

El viaje al Salar de Uyuni y a los desiertos de alrededor ha sido toda una aventura para mí, que no me había subido en un 4x4 durante tanto tiempo ni había dormido en refugios de montaña.
El Salar está a 11 horas de viaje desde La Paz, así que nos subimos en un bus nocturno (para turistas, claro, y con cena y desayuno incluido… todo un lujo en este país, y en España a decir verdad). Estaba flipando yo con las comodidades del bus cuando al rato de salir de La Paz dejamos atrás el asfalto para adentrarnos por los caminos de cabras que son las carreteras bolivianas. En fin, pensé que no me iba a dormir, pero al final a todo se acostumbra uno.
El tour por el Salar de Uyuni ha sido espectacular. Lo empezamos en Colchani, un pueblo que vive exclusivamente de la producción de sal. Un campesino de allá nos dio una explicación de cómo fabricaban la sal por la que pagamos 15 bolivianos (1’5€) entre 7 personas. Nos dejó boquieabiertos cuando dijo que por la sal que producía en un día le pagaban 8 bolivianos (80 céntimos de Euro), claro se lo pagaban a la fábrica (o sea, a las 10 personas que trabajaban en la cabaña en la que se refinaba la sal). Este país es tan desigual que a veces la vida de esta gente parece de mentira, como si fueran actores que quieren tomarte el pelo. A la salida dos niños se peleaban por coger un boliviano (10 céntimos de Euro) que teníamos que darle por entrar al baño (dícese de una caseta en mitad de la nada con una puerta oxidada y rota y un agujero en el suelo). A estas cosas no me acostumbro. Hoy me he enterado de que el sueldo mínimo aquí son 500 bolivianos, es decir, 50 euros al mes… en este país con eso no haces nada.

Tras la visita a este pueblo, nos dirigimos al Salar, para mí uno de los paisajes más bellos, singulares y fascinantes que he visto nunca. Mirase donde mirase todo lo que veía era el horizonte y algunas montañas en forma de manchas oscuras. La fusión del azul del cielo (aquí es un azul precioso, la luz del altiplano tiene algo especial) con el blanco de la sal es algo maravilloso, que yo podría estar mirando durante horas, como cuando miras al mar. Y luego en mitad del salar hay islotes, uno de los cuales, la Isla Incahuasi (significa la Casa del Inca) está lleno de cactus gigantes. Desde lo alto de su cima se siente uno rodeado de un mar blanco. De película.



Nuestro guía era también el cocinero, y nos agasajó con una exquisita carne de llama. Yo pensé que no iba a comerme eso en la vida, pero la verdad es que es una carne muy rica y, según nos contaron, muy sana porque no lleva nada de grasa.

Al anochecer llegamos al primer refugio de nuestro tour. La luz funciona a motor y a las 11 de la noche se corta. Yo nunca había estado en un sitio así, por tanto, flipé. Aquí te dicen que vas a dormir en un pueblo y cuando llegas al lugar te das cuenta de que son 4 casas en mitad de la nada, pero literalmente. Al día siguiente nuestro guía nos despertó con una especie de tortas fritas para el desayuno, así que nosotros, como dicen por aquí “chochos”, es decir, felices.

El resto del tour lo dedicamos a recorrer el desierto y a visitar las lagunas y paisajes de piedra que surgen de repente, sin saber por qué, en mitad de los mismos. El parque nacional Eduardo Avaroa, donde están las lagunas, es algo inmenso y curioso. Las lagunas son de distintos colores (blanca, verde, colorada) y en algunas de ellas viven flamencos. Es increíble ver como en un entorno tan inhóspito viven animales sin problema alguno. Si Cynthia lee esto dirá, claro, obvio, los animales están preparados para esto (los animales no son lo mío). Pero a mí me sigue fascinando que un ser vivo aguante 40 grados de día y 20 grados bajo cero de noche, sin agua, rodeado de desierto y matojos salvajes.
Una de las cosas que más me ha gustado de este mini-viaje fue compartirlo con una pareja de portugueses y otra de americanos que llevan meses viajando por Sudamérica. Es increíble que haya gente con el valor suficiente de dejar su trabajo y su vida durante 6 u 8 meses y dedicarse a viajar por el mundo. Yo lo apunto en mi agenda. Para mí este viaje ha sido algo distinto y lo he disfrutado muchísimo. Cada minuto que pasaba en el 4x4, aunque fuera tragando polvo y pasado un calor infernal pensaba en lo alucinante que está siendo toda esta experiencia.