viernes, 28 de diciembre de 2007

Navidad en el centro del mundo

Cusco o Cuzco, como lo conocemos nosotros, era para los incas el ombligo/centro del mundo. Antes de venir a Bolivia me leí un libro que se llama "Viracocha" de Alberto Vázquez-Figueroa. Lo leí sin grandes expectativas, sin embargo o quizá debido a esto, me encantó. El libro retrata de una manera extraordinaria cómo fue el Imperio Inca y su entorno. Con este vago conocimiento, el día 22 cogí un autobús rumbo a Perú. Aquí, como ya he dicho varias veces, las distancias son otra historia. Sólo tenía 4 días y el viaje duraba 13 horas, pero ni te planteas el no ir. En España ni te plantearías el ir.

El trayecto fue entretenido, a pesar de la duración. Los paisajes que encontramos son bastante bonitos y además, gran parte del viaje se hace rodeando el Lago Titicaca, así que las vistas son para no perdérselas. Lo primero que me dejó K.O. fue la frontera entre Perú y Bolivia: Desaguadero. Había muchísima gente, pero no era la imagen de frontera que nosotros tenemos. He ido miles de veces a Gibraltar y el recinto no es como para colarse sin que nadie te llame la atención. Sin embargo, Desaguadero me pareció otra cosa. Vamos, que tú pasas por allí sin que nadie te selle el pasaporte y tan feliz. El sitio estaba lleno de puestecitos callejeros cubiertos con parasoles en los que cholitas y hombres del altiplano cambiaban todo tipo de monedas por Nuevos Soles (moneda peruana). Una vez más, me pareció surrealista. Es una estampa que jamás te imaginarías en Europa. Me tengo que quitar de la cabeza esta manera de verlo todo y compararlo con Europa, pero aún me cuesta.

La llegada a Cuzco no fue nada del otro mundo. Salvo que casi se estampa una furgoneta con el taxi en el que íbamos.
Al día siguiente, madrugón y tren de Cuzco a Aguas Calientes, donde comienza el ansiado periplo a Machu Pichu. Cuando nos bajamos del tren en Aguas Calientes y vi la inmensidad, el verdor y las montañas que rodean el pueblo, flipé, pero cuando llegué a Machu Pichu, mi sensación fue indescriptible. Pensaba que no me sorprendería nada porque estamos hartos de ver la foto en todas partes, pero verlo en vivo y en directo es impresionante. Sobre todo por las montañas que lo rodean. Allí pude imaginar todas las escenas del libro que leí y por qué se tardó tanto en descubrir este sitio. Realmente está escondido en un lugar privilegiado, mágico. Es fácil entender por qué los incas daban tanta importancia a este sitio. Uno entra en una sintonía especial con la naturaleza. Es extraño y agradable a la vez.

A la vuelta, el camino (de 4 horitas) nos regaló paisajes bañados por la luz de la luna llena. Increíble. Al día siguiente seguimos viendo ruinas en el Valle Sagrado, pero ninguna tan impresionante como Machu Pichu. Por momentos, parecía que estuviéramos en Los Alpes en lugar de en Perú: paisajes de campos verdes y vaquitas rodeados de montañas nevadas.

Una vez en Cuzco la Plaza de Armas de la ciudad estaba inundada de gente que vendía arreglos para los belenes. Un poco absurdo vender como locos la misma noche de Navidad, pero al parecer es una tradición muy arraigada y, a juzgar por la cantidad de gente, con muchos seguidores.

El día de Navidad tocó visita por la ciudad de Cuzco. Hasta que no la vi de día no me di cuenta de que lo que los españoles hicieron en Sudamérica fue brutal. Las calles, los edificios, las iglesias... todo parece español. Por momentos parecía que estuviera paseando por Salamanca o Andalucía. Es una ciudad preciosa, en la que se encuentran muchos símbolos del Imperio Inca mezclados con la tradición colonial.

Pero los viajes por esta zona del mundo tienen un lado negativo: la pobreza. De este viaje me van a quedar 3 niños en la memoria para siempre. La primera una nena que había en la estación de autobuses de Puno (Perú) y que estaba al lado del bidón de la basura esperando para recoger cualquier resto de comida o bebida aprovechable... y cuando digo cualquiera me refiero hasta el típico "culillo" que se deja en las botellas de Coca-Cola. Luego, en Machu Pichu, un niño que bajó desde las ruinas hasta Aguas Calientes (un trayecto de 30 minutos en bus) corriendo, saludando a los turistas a cada curva para ganarse unas monedas al final del trayecto. Por último, en Cuzco, en la plazoleta de una iglesia en lo alto del pueblo, desde la que había unas vistas impresionantes, un niño de 10 años se pasó la tarde entera con su llamita esperando a que los turistas se hicieran fotos con él, el día de Navidad. No me siento mal ni me flagelo cada día por esto, pero el nivel de vida que nosotros tenemos aquí lo "pagan" en cierto modo, la gente pobre que abunda en esta zona. A veces creo que me estoy haciendo inmune a este tipo de situaciones.

En fin, no quiero cerrar el post con pesimismo, ni mucho menos, porque las vacaciones fueron alucinantes... ahora me queda hacer la maleta esta tarde para partir mañana rumbo a Buenos Aires, donde espero que el verano me reciba con los brazos abiertos.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Los guiris viven felices en la ignorancia

Los guiris no dejan de sorprenderme. Viven felices en la ignorancia del riesgo de hacer ciertas cosas en ciertos países. Si a ti te dicen que trates de pasar desapercibida en ciertas situaciones, a ell@s te los ves gritando y bailando como locos, dando el cante, vaya.
Pero anoche, de marcha, tuve la conversación más surrealista que se puede tener con un extranjero. Estábamos en un bar y había un tío de unos 2 metros, era enorme, y rubio rubio rubio, con la piel clara (se estaba despellejando el cuello, así de clara) y los ojos azules, daba el cantazo a medio kilómetro. El nota estaba venga a dar vueltas por el bar, solo. Y de repente, a eso de las 2, se nos acerca y nos pregunta si sabemos hablar inglés. Le decimos que sí y el colega nos cuenta que ha conocido esa noche a una chica boliviana en un bar y que la chica se ha ido a un cumpleaños y han quedado luego en un hotel de la zona, que si creíamos que era peligroso. Yo flipé, me quedé un poco perpleja y me reí un poco también, la verdad. Que un desconocido venga a contarte "sus planes" me parece surrealista. Tras un par de minutos intentando no decirle "aguántate, chaval", le dijimos que tuviera cuidado, que su cara le delataba como presa fácil y que, sobre todo, no dejara que nadie le echara nada en la bebida y que usara una protección de confianza, es decir, que él hubiera comprado y no la que pusiera la piba. El tío nos dio las gracias, y se fue más feliz que una perdiz, con una sonrisa de oreja a oreja. Vamos, no hace falta imaginar lo que estaba pensado y diciendo a sí mismo"vale, ahora me quedo más tranquilo". Todo en inglés porque no tenía ni idea de español. Y allí marchó.
A mí me sigue pareciendo de lo más inconsciente. Y me pregunto ¿qué pinta un danés en Bolivia, sólo un jueves por la noche y preguntándoles a unos desconocidos si está bien o mal irse con una chica? Bueno, la verdad es que la respuesta es bastante obvia...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Azul

Después de 2 meses sin ver el mar y extrañándolo como sólo los que nos hemos criado al lado de él podemos concebir, el fin de semana pasado visité el Lago Titicaca. Su inmensidad, su color y su olor hicieron que volviera a sentirme en casa.
En Bolivia la mayoría de la gente habla del lago como si no fuera gran cosa. Claro, están hartos de verlo. Así que tampoco tenía demasiadas expectativas. Pero al llegar el Estrecho de Tiquina, por donde se cruza para ir a Copacabana (la población más turística de la zona y de la que salen la mayoría de los botes para ir a las islas del lago) parecía que hubiésemos dado un salto y estuviésemos en Noruega o Suecia, o algo así. El paisaje y los colores me recordaron a los anuncios de Neutrógena. Sólo necesité un par de vistazos a las embarcaciones del lago para darme cuenta de que seguía en Bolivia. No me imagino un autobús a bordo de un botecillo en las últimas en un país nórdico.
El camino hasta Copacabana me pareció hermoso, como dicen por acá. El cielo se inundó de los colores más dispares, de la frialdad de los azules y violetas, y la calidez de los rojos y anaranjados, todos reflejados en las aguas del lago y con los nevados de la Cordillera real de los Andes al fondo. Fascinante.
Al llegar a Copacabana lo primero que vi fue la exhibición de unos niños de un colegio del lugar. Cuando yo era pequeña las exhibiciones en las que participé consistían en bailar al ritmo de una musiquilla haciendo filigranas con un aro y poco más. Pero aquí los conceptos son otros. Así que estos niños se dedicaban a dar volteretas atravesando un aro ardiendo. Surrealista total. La típica escena que piensas “esto lo cuento y no me creen”. Hice fotos, claro. Ahora entiendo a los turistas asiáticos que vienen a España y se ponen a hacer fotos de todo como locos. Supongo que nuestras costumbres les parecerán tan peculiares como a mí me parecen algunas de las que encuentro aquí.
Copacabana en sí no es gran cosa. Así que al día siguiente marché a la Isla del Sol, la isla más grande que hay en el lago, al menos en la zona boliviana. Una vez allí hice una caminata de 3 horas (hay que tener en cuenta la altitud, que hace que te canses el triple) recorriendo la isla de norte a sur.
Caminar por la isla a solas conmigo misma, rodeada de naturaleza y con los sonidos de mis pasos de fondo me hizo sentir una paz que hacía tiempo que no sentía (puede sonar cursi, pero es que fue así). Pensé en mi familia y en mis amigos, en todas las personas con las que me habría gustado compartir un paseo tan bonito. Pero no me sentí triste, ni nostálgica. Muy al contrario me sentí tranquila. Pensé en que jamás me habría imaginado en esta situación, en una isla en mitad del lago Titicaca andando como una bestia y rodeada de naturaleza. Y sola. Es algo que hace unos años no me habría cruzado la mente ni aunque hubiera estado pensando décadas sin hacer otra cosa. Me vino a la cabeza una poesía de Derek Walcott que aparecía en una peli italiana, “La fiebre” y que dice:


The time will come when,

with elation you will greet yourself arriving at your own door,

in your own mirror and each will smile at the other's welcome,

and say, sit here.

Eat.

You will love again the stranger who was yourself.

Give wine. Give bread.

Give back your heart to itself,

to the stranger who has loved you all your life,

whom you ignored for another,

who knows you by heart.

Take down the love letters from the bookshelf,

the photographs, the desperate notes,

peel your own image from the mirror.

Sit. Feast on your life.


Me di cuenta entonces de que uno puede encontrar la tranquilidad y el equilibrio donde y cuando menos se lo espera. Yo ese día lo encontré allí, en mitad de una isla desconocida y lejos de mi gente.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Las historias de amor siempre surgen con quién y donde menos te lo esperas.
Yo estoy viviendo una con esta ciudad. No sé lo que tiene pero realmente disfruto pasear al atardecer escuchando los ruidos de las calles, viendo encenderse poco a poco las luces que inundan su horizonte. Me encanta contemplarla desde las alturas.
Alguien me dijo que estaba enamorado de esta ciudad y yo no supe entenderlo entonces.
Ahora, casi dos meses después de mi llegada, siento algo especial cada vez que abro los ojos por la mañana y veo que estoy aquí. No es un lugar especialmente bonito, ni cómodo, ni seguro. Y sin embargo, tiene algo que engancha.
Tengo claro que no me quiero quedar aquí para siempre. Pero con la incertidumbre de los últimos acontecimientos sólo pienso en que no me gustaría nada tener que irme antes de lo previsto de este sitio que, para mí tiene tanta magia y en el que he encontrado tanta estabilidad.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Cine, cine, cine

Una de las primeras cosas que hice cuando supe que iba a vivir en La Paz fue mirar las carteleras de los cines. ¡Qué espanto! Lo único que había eran americanadas y las que no eran desconocidas, se habían estrenado en España hace mucho. Con este panorama me dije a mí misma: “un año sin ir al cine”.
Para mi sorpresa, ha sido todo lo contrario. En lo que llevo aquí he ido más al cine y he visto más peliculones que en los 6 primeros meses de 2007 en Madrid (el precio también influye, aquí la función más cara cuesta 1´5€).

Lo primero que me encontré cuando llegué a esta ciudad fue un Festival de cine Iberoamericano gracias al cual pude ver la maravillosa “Madeinusa”, una película que muestra la realidad de las zonas rurales del altiplano. Está ambientada en Perú pero yo pienso que lo que describe se da en muchos pueblos de esta parte de Sudamérica.
Al poco tiempo, salta a los periódicos que van a reabrir la cinemateca boliviana, después de 10 años cerrada. Ha sido todo un acontecimiento. El edificio es moderno y los cines son parecidos a los europeos, un salto de calidad increíble, teniendo en cuenta cómo son los cines acá. Pero lo mejor de todo es, sin lugar a dudas, la programación. El primer estreno ha sido “Las tortugas también vuelan”: estremecedora visión de un conflicto a través de las vivencias de los niños que lo sufren (bettyboop, tienes que verla yaaa, es una “snif” de las nuestras). A pesar de que al principio pensé que tanta parafernalia se quedaría en agua de borrajas (cuando llevas en este país un tiempo te das cuenta de que las palabras se quedan en nada), la verdad es que no dejan de programar películas interesantes y poco vistas en el circuito comercial. Hace dos semanas fue la semana del Decálogo, del director polaco Kiewsloski (creo que se escribe así). Hasta han organizado un curso de cinematografía y guión coordinado por un director de cine italiano (al que me he apuntado, claro).

Pero por si fuera poco, hace dos miércoles se inauguró el octavo festival de cine europeo. Lo abrió “Simon”, una producción holandesa (qué gusto volver a ver las calles de Amsterdam) de la que no esperaba nada y que me ha sorprendido muy gratamente. En la línea de “Las invasiones bárbaras”, pero con más humor, habla del cáncer pero en realidad la enfermedad es una excusa para reflexionar acerca de la vida y la amistad; igual ríes a carcajadas que sueltas alguna lágrima. Una película que probable y lamentablemente no llegue a los cines españoles y que, sin esperarlo, he podido ver en este rincón del mundo. Cada día habrá 3 pases con películas distintas de distintos lugares de Europa. España trae cuatro: “Camarón”, “Cosas que hacen que la vida valga la pena”, “Te doy mis ojos” y “Noviembre”… un mix demasiado realista, io credo.
Y otra de las cosas que me ha sorprendido de este país es que todo se piratea. En España en el top manta te encuentras las 4 pelis americanas de turno. Aquí lo encuentras todo: clásicos, documentales… todo. Claro que prácticamente el único mercado para comprar cine es el negro. Pero, a pesar de esta explosión cinematográfica, antes de venir para acá me entró la paranoia de que iba a estar un año viendo basura, por lo que me hice con una tarrina de dvd’s en busca de un alma caritativa que los convirtiera en antídotos para mi espíritu una vez aquí. Y la encontré. Así que le dedico este post al señor Pardo, que se pegó un domingo entero enchufado a la grabadora para que yo no me viniera a Bolivia con las manos vacías. Las pelis no han hecho el viaje en balde. Me estrené con “Corre, Lola, corre”, que me transportó a la increíble ciudad de Berlín en un día de morriña, (qué película, qué banda sonora, qué guión…) y he seguido con “Bajarse al moro” (no me canso de verla) y con “La cena de los idiotas” (qué comedia tan brillante). Así que desde aquí, gracias Jorge, y a Rowen por grabarme series, que también me vienen muy bien cuando me canso de este lugar y quiero volar a otros mundos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

En mitad de la nada

El viaje al Salar de Uyuni y a los desiertos de alrededor ha sido toda una aventura para mí, que no me había subido en un 4x4 durante tanto tiempo ni había dormido en refugios de montaña.
El Salar está a 11 horas de viaje desde La Paz, así que nos subimos en un bus nocturno (para turistas, claro, y con cena y desayuno incluido… todo un lujo en este país, y en España a decir verdad). Estaba flipando yo con las comodidades del bus cuando al rato de salir de La Paz dejamos atrás el asfalto para adentrarnos por los caminos de cabras que son las carreteras bolivianas. En fin, pensé que no me iba a dormir, pero al final a todo se acostumbra uno.
El tour por el Salar de Uyuni ha sido espectacular. Lo empezamos en Colchani, un pueblo que vive exclusivamente de la producción de sal. Un campesino de allá nos dio una explicación de cómo fabricaban la sal por la que pagamos 15 bolivianos (1’5€) entre 7 personas. Nos dejó boquieabiertos cuando dijo que por la sal que producía en un día le pagaban 8 bolivianos (80 céntimos de Euro), claro se lo pagaban a la fábrica (o sea, a las 10 personas que trabajaban en la cabaña en la que se refinaba la sal). Este país es tan desigual que a veces la vida de esta gente parece de mentira, como si fueran actores que quieren tomarte el pelo. A la salida dos niños se peleaban por coger un boliviano (10 céntimos de Euro) que teníamos que darle por entrar al baño (dícese de una caseta en mitad de la nada con una puerta oxidada y rota y un agujero en el suelo). A estas cosas no me acostumbro. Hoy me he enterado de que el sueldo mínimo aquí son 500 bolivianos, es decir, 50 euros al mes… en este país con eso no haces nada.

Tras la visita a este pueblo, nos dirigimos al Salar, para mí uno de los paisajes más bellos, singulares y fascinantes que he visto nunca. Mirase donde mirase todo lo que veía era el horizonte y algunas montañas en forma de manchas oscuras. La fusión del azul del cielo (aquí es un azul precioso, la luz del altiplano tiene algo especial) con el blanco de la sal es algo maravilloso, que yo podría estar mirando durante horas, como cuando miras al mar. Y luego en mitad del salar hay islotes, uno de los cuales, la Isla Incahuasi (significa la Casa del Inca) está lleno de cactus gigantes. Desde lo alto de su cima se siente uno rodeado de un mar blanco. De película.



Nuestro guía era también el cocinero, y nos agasajó con una exquisita carne de llama. Yo pensé que no iba a comerme eso en la vida, pero la verdad es que es una carne muy rica y, según nos contaron, muy sana porque no lleva nada de grasa.

Al anochecer llegamos al primer refugio de nuestro tour. La luz funciona a motor y a las 11 de la noche se corta. Yo nunca había estado en un sitio así, por tanto, flipé. Aquí te dicen que vas a dormir en un pueblo y cuando llegas al lugar te das cuenta de que son 4 casas en mitad de la nada, pero literalmente. Al día siguiente nuestro guía nos despertó con una especie de tortas fritas para el desayuno, así que nosotros, como dicen por aquí “chochos”, es decir, felices.

El resto del tour lo dedicamos a recorrer el desierto y a visitar las lagunas y paisajes de piedra que surgen de repente, sin saber por qué, en mitad de los mismos. El parque nacional Eduardo Avaroa, donde están las lagunas, es algo inmenso y curioso. Las lagunas son de distintos colores (blanca, verde, colorada) y en algunas de ellas viven flamencos. Es increíble ver como en un entorno tan inhóspito viven animales sin problema alguno. Si Cynthia lee esto dirá, claro, obvio, los animales están preparados para esto (los animales no son lo mío). Pero a mí me sigue fascinando que un ser vivo aguante 40 grados de día y 20 grados bajo cero de noche, sin agua, rodeado de desierto y matojos salvajes.
Una de las cosas que más me ha gustado de este mini-viaje fue compartirlo con una pareja de portugueses y otra de americanos que llevan meses viajando por Sudamérica. Es increíble que haya gente con el valor suficiente de dejar su trabajo y su vida durante 6 u 8 meses y dedicarse a viajar por el mundo. Yo lo apunto en mi agenda. Para mí este viaje ha sido algo distinto y lo he disfrutado muchísimo. Cada minuto que pasaba en el 4x4, aunque fuera tragando polvo y pasado un calor infernal pensaba en lo alucinante que está siendo toda esta experiencia.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Excursión a Sorata

Mi primera salida de La Paz ha servido para demostrarme que Bolivia es, sin lugar a dudas, un país de extremos. Al menos es lo que yo pienso.
Si las vistas son bonitas, son grandiosas; si la gente es pobre, es paupérrima. Extremos y contrastes.
El viernes quedé con un grupo de españolas para hablar de nuestra pequeña excursión a Sorata. Ya de paso fuimos al cine y vimos “Evo pueblo”. La película no me gustó pero mereció la pena ir al cine sólo por ver cómo uno de las salas más importantes de toda la ciudad está insonorizada con cartones de huevos. Ver para creer. Tuve que preguntar a la gente con la que iba si es que yo veía mal o eran de verdad cartones de huevos. Y lo eran, inaudito. Pensar que en España la mayoría de los cines tienen sonido THX da una idea de la diferencia que hay entre ambos países.

Pero esto es una mera anécdota comparado con todo lo demás.
El sábado por la mañana temprano quedamos para nuestra excursión. A pesar de que éramos 5 decidimos intentar coger sólo un taxi. El taxista accede encantado, a él le da igual llevar 8 que 80, ahora, eso sí, 2 personas tienen que ir en el asiento de delante. Y ahí nos teníais que ver a otra chica y a mí, además de las mochilas para pasar el fin de semana, en el asiento del copiloto. El trayecto fue de unos 20 minutos, en una ciudad en la que los semáforos, las preferencias, los cinturones de seguridad, los intermitentes, etc… no se utilizan, vamos, no se les hace caso, porque los semáforos funcionan, pero se los salta todo el mundo.

Tras la odisea en el taxi llegamos a la zona del cementerio, de donde salen las llamadas movilidades a distintos puntos del país, entre ellos, Sorata. Antes de nada explicar que en Bolivia no es muy frecuente viajar en autobús o autocar como se entiende en España. Qué va, eso queda lejos aún. Aquí lo que se estila son los automóviles monovolúmen, lo que llaman movilidad, y que lo mismo sirve para un trayecto de 20 minutos como para uno de 5 horas. Las carreteras están inundadas de autos de este tipo.

Hablamos con el dueño de una de las movilidades que nos dice que no tardará en salir. Nos subimos y vamos sólo nosotras. El conductor dice que ya irá subiendo gente por el camino. Yo voy de copiloto y puedo comprobar que el contador de velocidad no funciona, a día de hoy me he dado cuenta que no funcionan en casi ninguna movilidad. El señor se desespera porque no se sube nadie. Aquí los conductores llevan ayudantes (voceros) que son los gritan por la ventanilla el destino de la movilidad. Pero como en este caso el hombre iba solo pues me toca gritar a mí por la ventanilla. Todo esto en mitad de El Alto, la ciudad más pobre de toda América, y paso necesario para salir de La Paz. La cara de la peña cuando veía “vocear” a una “blanca” era un poema. Mi cara era otro poema al ver cómo esta ciudad tan pobre y tan gris, sin embargo está salpicada de los colores de las ropas de las cholitas y de los puestos de la calle (iba a hacer fotos pero corría el riesgo de quedarme sin cámara). Finalmente, tras una vuelta de una hora en busca de pasajeros, el hombre consigue llenar el auto y partimos ya rumbo a Sorata. Los paisajes desde el coche son alucinantes. La Paz está rodeada por distintos nevados de la cordillera real de los Andes y las imágenes son preciosas. Además, pasamos cerca del lago Titicaca y el reflejo de la luz del sol dan lugar a una estampa chulísima. Todo es yermo, y se van salpicando poblaciones formadas por especies de chabolas donde se suben hombres y mujeres, ellas vestidas de chola.

Decía que Bolivia es un país de extremos porque la belleza de los paisajes que uno va encontrando por el camino, va pareja al peligro de las carreteras por las que transita. La carretera para entrar a Sorata es, en realidad, un camino de tierra de un carril y medio y con un cortado de varios cientos de metros de altura. Encima empieza a llover. Vamos, que yo no he rezado más padrenuestros en mi vida… bueno, sí, a la vuelta.
Finalmente llegamos a Sorata, “paraíso terrenal”, como pone en los carteles. Sin embargo, lo que encontramos en realidad es un pueblo que aún guarda reminiscencias de un pasado glorioso, pero que ahora está sucio y dejado. El nublado nos dejó sin ver el Illampu, pero el domingo decidimos ir a una cueva que está en la zona, para que el viaje no fuera en balde.
Si el camino para entrar a Sorata era chungo, el que nos llevó a la cueva no tiene palabras. En esta ocasión fuimos en un taxi que, como no, ni tenía cuentakilómetros, ni palanca para las ventanillas, ni nada de nada, y allí íbamos. Como en las curvas no se ve, lo que hacen es pitar, y tras una de estas nos encontramos con una movilidad parada en mitad de la carretera y unas 10 personas con la música de una radio a toda voz fuera del auto. El conductor de nuestro taxi nos cuenta, cabreado, que son borrachos, que la gente aquí bebe mucho. Yo no me puedo explicar como a una persona normal le puede dar por beber y coger un coche por la peor carretera que yo haya visto en mi vida, a las 11 de la mañana, encima. Pero bueno, está visto que nuestra visión de la normalidad es muy distinta a la de ellos. El taxista nos dice que en este país el alcohol es un problema tremendo y que al final acaban a puñetazos casi siempre.

Llegamos a la cueva, exploramos un poco el sitio, que es bastante bonito, con lago incluido, y a los 20 minutos vemos como los borrachos de la movilidad entran en la cueva con radio incluida. A esta gente le gusta el riesgo porque aquí si te caes te pegas una buena leche entre tanta piedra. Iban cocidísimos, y allí estaban tan felices, con su radio y sus botellas. Increíble.

Acabamos la visita y a la salida nos espera nuestro taxi. De repente empieza a llover. Yo me pregunto, ¿quién me manda a mí meterme por esta carretera del infierno y encima lloviendo? El taxista no pone el limpiaparabrisas, no tiene palanca. Al rato para en mitad de la carretera, abre el capó y de repente empieza a funcionar el limpia. Surrealista.

Volvemos al pueblo, comemos y cogemos la movilidad de vuelta a casa. Conduce un hombre acompañado de su hijo, que hace las veces de vocero. Pero cual es nuestra sorpresa cuando, tras pasar el control a la salida del pueblo, el padre se pasa atrás y el hijo, de unos 14 años, se pone a conducir. La peña mira al padre con cara de “¿qué está pasando?”, y el señor contesta “es que él es más diestro en las curvas”. Ir por una carretera normal con un niño de 14 años conduciendo da miedo, pero ir por una carretera sin asfaltar y encima con precipicio, da mucho más. La puerta además no tenía pestillo y una de mis colegas iba temiendo salir despedida del coche. A pesar de que todo parezca de peli de miedo, al final tienes que ir riéndote porque no te queda otra. A los 15 minutos se nos pincha la rueda. El niño la cambia, vuelve a coger el coche y se mete una niebla espesísima. Yo miro esto atónita porque realmente el niño actúa como un adulto, igual que el pequeño que nos atendía en un bar de Sorata. Aquí son muchos los niños no tienen infancia, o al menos no como la entendemos nosotros.

Tras varias horas de viaje, llegamos a La Paz. Lo primero que veo cuando me bajo del coche es a una cholita (mujer vestida con el traje típico) agachada en medio de la calle. Pregunto a mis colegas si está haciendo lo que me imagino, y me dicen que sí. Yo es que no puedo dejar de asombrarme. La señora con su falda, su gorrito y su mantón, haciendo pis delante de toda la calle, que estaba abarrotada, banda de música incluida. Me dicen que eso es normal, y también verlas bebidas y pegándose, con sus trajecitos de colores.

Aparte de todo esto, la excursión fue divertida y a mí me quedan aún muchas ganas de viajar. Esta tarde me voy al Salar de Uyuni durante 4 días. Dicen que es uno de los sitios más maravillosos del mundo. Y como no, el salar más alto de la tierra y uno de los más grandes. Una vez más, he de decir que todo en este país es extremo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Primeras impresiones de La Paz

Después de casi 2 semanas por La Paz creo que ya es hora de reflexionar un poco acerca de esta ciudad, de la que aún conozco poco, pero que ya me ha inspirado muchas y dispares sensaciones.
Por lo pronto, la bienvenida que me dio mi destino fue un dolor de cabeza insoportable y un cansancio sublime cada vez que caminaba dos pasos a causa del soroche (mal de altura) que no a todo el mundo afecta por igual.
Lo primero que vi cuando aterricé a este lugar fue grandioso. Un horizonte salpicado de luces que trepan hacia las estrellas. La oscuridad de la noche escondía una ciudad gris y llena de luz y color al mismo tiempo. La estructura de La Paz es algo insólito. La ciudad crece desde una hondonada hacia los cerros de manera que, mires donde mires, no dejas de ver las montañas que la rodean, pobladas de casitas y con el impresionante nevado Illimani en uno de sus lados.
Andando por la calle lo que más llama la atención son las mujeres vestidas con el traje de “chola”, como las llaman aquí, y que es algo chocante al principio. Como si a mí me da por ponerme el traje de gitana para ir por la calle. Una vez que uno va conociendo un poco la ciudad, se va dando cuenta de que hay algo distinto a cualquier ciudad europea. No se puede definir, no es bueno ni malo, es algo que la hace diferente y por ello más auténtica. Se acabó lo de ir a la calle principal de la ciudad y ver 40.000 franquicias. Aquí la única cadena que se ve es la de “Pollos Cochabamba” y si quieres un jersey te lo compras en un puesto cualquiera. Porque aquí hay puestos de todo tipo: jerseys, cds y dvds piratas, bolígrafos, frutas, chucherías… y cuando menos te lo esperas tienen un télefono o una televisión (no sé donde narices la enchufan).
A pesar de que hablemos el mismo idioma son muchas veces las que no te entiendes con la persona que estás, es raro, pero es así. Quizá la lengua sea una de las pocas cosas que tenemos en común, y la diferencia de expresiones te hacen aprender cada día una nueva palabra con la que tendrás que convivir durante un año.
Esto me gusta y creo que el país tiene grandes sorpresas, sin embargo, la situación que vive aquí la gente, la desigualdad, es algo que duele nada más percibirlo la primera vez.
Si uno mira esta ciudad desde el aire ve muchas casitas y algunos edificios altísimos. Así explico yo la situación de los habitantes de este lugar. Algunos afortunados y muchos supervivientes. Para mí ir al supermercado y ver que una niña te mete la compra en bolsas en busca de una monedita es algo doloroso y ante lo que no sé reaccionar. Un niño no debería estar trabajando. Esto es una perogrullada, claro. Estamos hartos de ver estas cosas por la televisión, pero verlo en vivo y en directo y darte cuenta de lo afortunado que eres tan solo por haber nacido en otro lado del mundo es algo que a mí me invita a pensar hacia donde va todo esto.

En fin, tampoco puedo contar mucho más. Estas son mis primeras impresiones. Quedan muchas por llegar.

martes, 25 de septiembre de 2007

La frase del día

"La independencia es lo más bonito que hay". Mi abuelo dixit.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Road trip

Era por la mañana temprano, un día nublado. Mi último viajito del verano antes de saltar al otro lado del Atlántico. Paradas reglamentarias para "tomar algo" (bueno, algo muuu grande, como un pedazo de mollete con jamón ibérico y tomatito, qué rico) y mucha música (Pearl Jam, Korn, Najwa, Travis y los maravillosos Héroes del Silencio).

Viaje sin expectativas, salvo la de ver a Prodigy en concierto. Pero una nube se apoderó de Córdoba. Qué típico. Un sitio en el que apenas llueve, pero siempre coinciden mis visitas con un diluvio inesperado. Se cancela Prodigy. Lluvia, "morenitas" y kebabs... acompañados de una guitarra. Al día siguiente Travis compensa la rabia de la ausencia del "Smack my bitch up", esa canción marcó una época. Y Najwa sorprende sobre un escenario que se le queda pequeño. Qué voz tan tremenda.
De madrugada, vuelta a casa en un bus lleno de adolescentes que gritaban sus pensamientos más radicales. Un peligro en potencia... son el futuro.

El domingo toca volver a Algeciras. Para mí todo sigue igual, pero empieza la cuenta atrás. Al llegar a Alcalá de los Gazules, a mí me invade el vértigo y a mi compi de viaje la ausencia por un sentimiento recién encontrado... ¿será el amor? Mmmmm. Habrá que esperar para saberlo. Una vez más, el tiempo es el que tiene la última palabra.

viernes, 14 de septiembre de 2007

El final del verano, el principio de una aventura

Pensaba empezar este blog cuando ya estuviera en mi destino allende los mares, pero estas vacaciones, que ya tocan a su fin, me han dejado mucho tiempo libre y me he decidido a inaugurar ya este rincón en el que escribiré todo lo que me pasa por la cabeza.

Este verano comenzó para mí, oficialmente, el 30 de junio, bajo la luna llena en una azotea de Madrid, con amigos y la tranquilidad e incredulidad de haber acabado por fín con las ataduras de los últimos meses. Acompañada de risas, música y ron esa noche abrió la veda a muchas otras noches con los mismos ingredientes y distinto sabor, y a días al sol y al calor de lo cotidiano. Sin lugar a dudas ha sido un verano de reencuentros y reconciliaciones, con personas y con sentimientos. Y un verano marcado por una sorpresa extraordinaria: en plenas vacaciones en Tenerife un mail despejó la incógnita que tanto tiempo he llevado conmigo y por fin supe que sería La Paz mi próximo destino. Estoy contenta, con ese nombre sólo cabe esperar cosas buenas... cruzo los dedos.


No tengo espacio suficiente para explicar lo extrañamente feliz que he sido este verano y lo inesperado que ha sido todo lo que ha ocurrido. Ahora que queda menos de un mes para marcharme empiezo a darme cuenta de que todo esto está pasando de verdad y que en breve dejaré atrás a algunas personas que han heho que este verano se convirtiera en una fuente de fuerzas para vencer el vértigo, mezclado de una ilusión enorme, que me da todo lo que se aproxima.

Os espero en La Paz.