viernes, 28 de diciembre de 2007

Navidad en el centro del mundo

Cusco o Cuzco, como lo conocemos nosotros, era para los incas el ombligo/centro del mundo. Antes de venir a Bolivia me leí un libro que se llama "Viracocha" de Alberto Vázquez-Figueroa. Lo leí sin grandes expectativas, sin embargo o quizá debido a esto, me encantó. El libro retrata de una manera extraordinaria cómo fue el Imperio Inca y su entorno. Con este vago conocimiento, el día 22 cogí un autobús rumbo a Perú. Aquí, como ya he dicho varias veces, las distancias son otra historia. Sólo tenía 4 días y el viaje duraba 13 horas, pero ni te planteas el no ir. En España ni te plantearías el ir.

El trayecto fue entretenido, a pesar de la duración. Los paisajes que encontramos son bastante bonitos y además, gran parte del viaje se hace rodeando el Lago Titicaca, así que las vistas son para no perdérselas. Lo primero que me dejó K.O. fue la frontera entre Perú y Bolivia: Desaguadero. Había muchísima gente, pero no era la imagen de frontera que nosotros tenemos. He ido miles de veces a Gibraltar y el recinto no es como para colarse sin que nadie te llame la atención. Sin embargo, Desaguadero me pareció otra cosa. Vamos, que tú pasas por allí sin que nadie te selle el pasaporte y tan feliz. El sitio estaba lleno de puestecitos callejeros cubiertos con parasoles en los que cholitas y hombres del altiplano cambiaban todo tipo de monedas por Nuevos Soles (moneda peruana). Una vez más, me pareció surrealista. Es una estampa que jamás te imaginarías en Europa. Me tengo que quitar de la cabeza esta manera de verlo todo y compararlo con Europa, pero aún me cuesta.

La llegada a Cuzco no fue nada del otro mundo. Salvo que casi se estampa una furgoneta con el taxi en el que íbamos.
Al día siguiente, madrugón y tren de Cuzco a Aguas Calientes, donde comienza el ansiado periplo a Machu Pichu. Cuando nos bajamos del tren en Aguas Calientes y vi la inmensidad, el verdor y las montañas que rodean el pueblo, flipé, pero cuando llegué a Machu Pichu, mi sensación fue indescriptible. Pensaba que no me sorprendería nada porque estamos hartos de ver la foto en todas partes, pero verlo en vivo y en directo es impresionante. Sobre todo por las montañas que lo rodean. Allí pude imaginar todas las escenas del libro que leí y por qué se tardó tanto en descubrir este sitio. Realmente está escondido en un lugar privilegiado, mágico. Es fácil entender por qué los incas daban tanta importancia a este sitio. Uno entra en una sintonía especial con la naturaleza. Es extraño y agradable a la vez.

A la vuelta, el camino (de 4 horitas) nos regaló paisajes bañados por la luz de la luna llena. Increíble. Al día siguiente seguimos viendo ruinas en el Valle Sagrado, pero ninguna tan impresionante como Machu Pichu. Por momentos, parecía que estuviéramos en Los Alpes en lugar de en Perú: paisajes de campos verdes y vaquitas rodeados de montañas nevadas.

Una vez en Cuzco la Plaza de Armas de la ciudad estaba inundada de gente que vendía arreglos para los belenes. Un poco absurdo vender como locos la misma noche de Navidad, pero al parecer es una tradición muy arraigada y, a juzgar por la cantidad de gente, con muchos seguidores.

El día de Navidad tocó visita por la ciudad de Cuzco. Hasta que no la vi de día no me di cuenta de que lo que los españoles hicieron en Sudamérica fue brutal. Las calles, los edificios, las iglesias... todo parece español. Por momentos parecía que estuviera paseando por Salamanca o Andalucía. Es una ciudad preciosa, en la que se encuentran muchos símbolos del Imperio Inca mezclados con la tradición colonial.

Pero los viajes por esta zona del mundo tienen un lado negativo: la pobreza. De este viaje me van a quedar 3 niños en la memoria para siempre. La primera una nena que había en la estación de autobuses de Puno (Perú) y que estaba al lado del bidón de la basura esperando para recoger cualquier resto de comida o bebida aprovechable... y cuando digo cualquiera me refiero hasta el típico "culillo" que se deja en las botellas de Coca-Cola. Luego, en Machu Pichu, un niño que bajó desde las ruinas hasta Aguas Calientes (un trayecto de 30 minutos en bus) corriendo, saludando a los turistas a cada curva para ganarse unas monedas al final del trayecto. Por último, en Cuzco, en la plazoleta de una iglesia en lo alto del pueblo, desde la que había unas vistas impresionantes, un niño de 10 años se pasó la tarde entera con su llamita esperando a que los turistas se hicieran fotos con él, el día de Navidad. No me siento mal ni me flagelo cada día por esto, pero el nivel de vida que nosotros tenemos aquí lo "pagan" en cierto modo, la gente pobre que abunda en esta zona. A veces creo que me estoy haciendo inmune a este tipo de situaciones.

En fin, no quiero cerrar el post con pesimismo, ni mucho menos, porque las vacaciones fueron alucinantes... ahora me queda hacer la maleta esta tarde para partir mañana rumbo a Buenos Aires, donde espero que el verano me reciba con los brazos abiertos.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Los guiris viven felices en la ignorancia

Los guiris no dejan de sorprenderme. Viven felices en la ignorancia del riesgo de hacer ciertas cosas en ciertos países. Si a ti te dicen que trates de pasar desapercibida en ciertas situaciones, a ell@s te los ves gritando y bailando como locos, dando el cante, vaya.
Pero anoche, de marcha, tuve la conversación más surrealista que se puede tener con un extranjero. Estábamos en un bar y había un tío de unos 2 metros, era enorme, y rubio rubio rubio, con la piel clara (se estaba despellejando el cuello, así de clara) y los ojos azules, daba el cantazo a medio kilómetro. El nota estaba venga a dar vueltas por el bar, solo. Y de repente, a eso de las 2, se nos acerca y nos pregunta si sabemos hablar inglés. Le decimos que sí y el colega nos cuenta que ha conocido esa noche a una chica boliviana en un bar y que la chica se ha ido a un cumpleaños y han quedado luego en un hotel de la zona, que si creíamos que era peligroso. Yo flipé, me quedé un poco perpleja y me reí un poco también, la verdad. Que un desconocido venga a contarte "sus planes" me parece surrealista. Tras un par de minutos intentando no decirle "aguántate, chaval", le dijimos que tuviera cuidado, que su cara le delataba como presa fácil y que, sobre todo, no dejara que nadie le echara nada en la bebida y que usara una protección de confianza, es decir, que él hubiera comprado y no la que pusiera la piba. El tío nos dio las gracias, y se fue más feliz que una perdiz, con una sonrisa de oreja a oreja. Vamos, no hace falta imaginar lo que estaba pensado y diciendo a sí mismo"vale, ahora me quedo más tranquilo". Todo en inglés porque no tenía ni idea de español. Y allí marchó.
A mí me sigue pareciendo de lo más inconsciente. Y me pregunto ¿qué pinta un danés en Bolivia, sólo un jueves por la noche y preguntándoles a unos desconocidos si está bien o mal irse con una chica? Bueno, la verdad es que la respuesta es bastante obvia...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Azul

Después de 2 meses sin ver el mar y extrañándolo como sólo los que nos hemos criado al lado de él podemos concebir, el fin de semana pasado visité el Lago Titicaca. Su inmensidad, su color y su olor hicieron que volviera a sentirme en casa.
En Bolivia la mayoría de la gente habla del lago como si no fuera gran cosa. Claro, están hartos de verlo. Así que tampoco tenía demasiadas expectativas. Pero al llegar el Estrecho de Tiquina, por donde se cruza para ir a Copacabana (la población más turística de la zona y de la que salen la mayoría de los botes para ir a las islas del lago) parecía que hubiésemos dado un salto y estuviésemos en Noruega o Suecia, o algo así. El paisaje y los colores me recordaron a los anuncios de Neutrógena. Sólo necesité un par de vistazos a las embarcaciones del lago para darme cuenta de que seguía en Bolivia. No me imagino un autobús a bordo de un botecillo en las últimas en un país nórdico.
El camino hasta Copacabana me pareció hermoso, como dicen por acá. El cielo se inundó de los colores más dispares, de la frialdad de los azules y violetas, y la calidez de los rojos y anaranjados, todos reflejados en las aguas del lago y con los nevados de la Cordillera real de los Andes al fondo. Fascinante.
Al llegar a Copacabana lo primero que vi fue la exhibición de unos niños de un colegio del lugar. Cuando yo era pequeña las exhibiciones en las que participé consistían en bailar al ritmo de una musiquilla haciendo filigranas con un aro y poco más. Pero aquí los conceptos son otros. Así que estos niños se dedicaban a dar volteretas atravesando un aro ardiendo. Surrealista total. La típica escena que piensas “esto lo cuento y no me creen”. Hice fotos, claro. Ahora entiendo a los turistas asiáticos que vienen a España y se ponen a hacer fotos de todo como locos. Supongo que nuestras costumbres les parecerán tan peculiares como a mí me parecen algunas de las que encuentro aquí.
Copacabana en sí no es gran cosa. Así que al día siguiente marché a la Isla del Sol, la isla más grande que hay en el lago, al menos en la zona boliviana. Una vez allí hice una caminata de 3 horas (hay que tener en cuenta la altitud, que hace que te canses el triple) recorriendo la isla de norte a sur.
Caminar por la isla a solas conmigo misma, rodeada de naturaleza y con los sonidos de mis pasos de fondo me hizo sentir una paz que hacía tiempo que no sentía (puede sonar cursi, pero es que fue así). Pensé en mi familia y en mis amigos, en todas las personas con las que me habría gustado compartir un paseo tan bonito. Pero no me sentí triste, ni nostálgica. Muy al contrario me sentí tranquila. Pensé en que jamás me habría imaginado en esta situación, en una isla en mitad del lago Titicaca andando como una bestia y rodeada de naturaleza. Y sola. Es algo que hace unos años no me habría cruzado la mente ni aunque hubiera estado pensando décadas sin hacer otra cosa. Me vino a la cabeza una poesía de Derek Walcott que aparecía en una peli italiana, “La fiebre” y que dice:


The time will come when,

with elation you will greet yourself arriving at your own door,

in your own mirror and each will smile at the other's welcome,

and say, sit here.

Eat.

You will love again the stranger who was yourself.

Give wine. Give bread.

Give back your heart to itself,

to the stranger who has loved you all your life,

whom you ignored for another,

who knows you by heart.

Take down the love letters from the bookshelf,

the photographs, the desperate notes,

peel your own image from the mirror.

Sit. Feast on your life.


Me di cuenta entonces de que uno puede encontrar la tranquilidad y el equilibrio donde y cuando menos se lo espera. Yo ese día lo encontré allí, en mitad de una isla desconocida y lejos de mi gente.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Las historias de amor siempre surgen con quién y donde menos te lo esperas.
Yo estoy viviendo una con esta ciudad. No sé lo que tiene pero realmente disfruto pasear al atardecer escuchando los ruidos de las calles, viendo encenderse poco a poco las luces que inundan su horizonte. Me encanta contemplarla desde las alturas.
Alguien me dijo que estaba enamorado de esta ciudad y yo no supe entenderlo entonces.
Ahora, casi dos meses después de mi llegada, siento algo especial cada vez que abro los ojos por la mañana y veo que estoy aquí. No es un lugar especialmente bonito, ni cómodo, ni seguro. Y sin embargo, tiene algo que engancha.
Tengo claro que no me quiero quedar aquí para siempre. Pero con la incertidumbre de los últimos acontecimientos sólo pienso en que no me gustaría nada tener que irme antes de lo previsto de este sitio que, para mí tiene tanta magia y en el que he encontrado tanta estabilidad.