jueves, 20 de marzo de 2008

Buenos Aires, de nuevo

Dejo atrás los glaciares, la nieve, y de nuevo aterrizo en el caluroso y húmedo Buenos Aires. Me encanta esa ciudad y lo que me provoca bajarme de un avión y tenerla ante mí para hacer lo que quiera. Me pasa con ella como con Berlín, son ciudades con personalidad, que enganchan, que a pesar de las expectativas, a mí no me decepcionan.

Tras una breve visita a la ofecome porteña me regalo unas horas de civilización y compras en Palermo Soho. Compro ansiosa todo lo que veo. En La Paz no hay tiendas con ropa que me guste, no al menos que me guste tanto como esta (sentarse a observar los modelitos de todo el que pasa por la Plaza es un entretenimiento en sí mismo). No tengo queja, pero de vez en cuando se agradece tener donde desahogar la vena consumista. Por la tarde el Skype me permite ver reunidos en mi habitación de Algeciras a gran parte de mi familia, y por fin, después de casi 6 meses, ver a mis dos pequeñinas (me reprimo las lágrimas porque estoy en público), a las que tengo tantas ganas de achuchar: María y Helena, igual de traviesas y tímidas . A veces las nuevas tecnologías son una bendición.

Por la noche diluvio, cena con salmón en un lugar de esos que echo tanto de menos en Bolivia, un restaurante con detalles en cada esquina, con nombre francés y carteles en italiano, y después visita a la Catedral del Tango: ambiente decadente por fuera, pero cool, como parece ser todo en esta ciudad, por dentro.


En uno de los sillones del bar se produce uno de esos momentos surrealistas que me da a mí que son tan habituales en Buenos Aires. Mientras Encarni y yo tenemos una típica charla de chicas, dos argentinos se sientan en el sillón de al lado, brindan con nosotros y tras contarnos con total naturalidad que las ciudades tienen sexo (Madrid es una mujer, y Barcelona un hombre, según esta teoría, aunque yo pienso lo contrario), uno de ellos, al descubrir que somos andaluzas y que estamos en plena Semana Santa se arranca y nos canta una saeta. Allí, en mitad del bar y ante los ojos atónitos de los de la mesa de al lado, y los nuestros claros, porque ninguna de las dos nos sabíamos la letra y nadie nos había preparado mentalmente para que un Miércoles Santo en un barrio de Buenos Aires un argentino (con la cabeza rapada y pantalones estrechos, es decir, nada que ver con un capillita) nos cantara una saeta.

En fin, anécdotas que hacen que esta ciudad tenga para mí tanto encanto. No tengo días para volver. Me va a costar no despedirme de ella por todo lo alto.

2 comentarios:

bettyboop dijo...

Yo estoy dispuesta a ser tu excusa para que tengas que volver...

amaranta dijo...

Niña, estoy contigo, Barcelona es una mujer, y ¡Madrid un hombre!