lunes, 25 de agosto de 2008

Cuba

Aterrizar en la isla, después de la fascinación de haber recorrido medio continente para alcanzarla, con el calor tan ansiado como bienvenida y con el ruido de los vientos que auguraban tormenta. Llegar a Cuba, y también al reencuentro con Isa y Naza, y con la vida que dejé al otro lado del charco. Reencuentro sereno gracias a las costumbres adquiridas por la amistad. Abrir los ojos a su lado como si no nos hubiéramos separado durante casi un año.


La Habana fue nuestro primer contacto con Cuba. Para mí, la hermana gemela de Cádiz, a pesar de la distancia, compartiendo la misma magia pero con la personalidad que a cada una les da estar en continentes distintos. Nuestros primeros días fueron los atardeceres en el malecón, los jugos en la preciosa Plaza de la Catedral, el guarapo con ron en una esquina cualquiera, la música cubana en "La lluvia de oro", los paseos por el centro con los ojos bien abiertos y escuchando a los cubanos que, como Iris o "nuestra querida amiga Leo", nos hablaban de la isla, de la ciudad y de ellos mismos. También la Habana Vieja, la de verdad, la que se cae a cachos, y El Vedado, con sus palacetes desvencijados en los que se adivina el esplendor de esta ciudad en otra época, las vistas de la ciudad de noche desde un hotel. Pero sin duda, La Habana fueron los mojitos del Nacional, con sus luces por la tarde y el relax de mirar el mar saboreando las charlas pendientes después de tanto tiempo.


La tormenta tropical se apoderó de la isla y nosotras pusimos rumbo a Trinidad tras un cambio de planes en pleno camino que hizo que Viñales quedará pendiente para otra ocasión. El camino en sí mismo fue una aventura, escuchando reggeton cubano con Yazzer, riéndonos con él mientras traducíamos sus sms en inglés y flipando con el cambio de coche en una estación de servicio cualquiera. Con Oriasky y su "Cristal" llegamos a una lluviosa Trinidad, no por ello menos bonita, después de comprobar que Cuba no es solo playa, que tiene paisajes verdes y salvajes. En casa de D. Pedrito cambiamos el reggeton por los tranquilos ritmos de nueva la trova en su guitarra, a oscuras por un corte de luz, mientras en la calle la tormenta no daba tregua. A la luz de las velas disfrutamos la primera cena casera de todo el viaje: potaje de frijoles, plátano frito y guasa, un pescado local delicioso. El arte hecho comida gracias a Mari. De día y con sol, tras desayunar con Barry White de fondo, no nos quedaba otra que perdernos en Trinidad, con sus calles inundadas de casas de colores pero también con la dura contradicción de ver la miseria y el turismo en la misma acera. Trinidad fue, sobre todo, "Lágrimas Negras" en directo, en la Casa de la Trova, la música por la calle, el arte y la elegancia de los cubanos bailando salsa sin parar en "La Casa de la Música", unos bailes en "La Cueva" y la visita al Valle de los Ingenios, un latifundio verde, con montañas al fondo, de una belleza impresionante.


Con la mochila al hombro empezamos el camino de retorno con parada en un chiringuito de carretera cualquiera en el que disfrutamos de una Piña Colada de verdad mientras contemplábamos como a las 12 de la mañana de un día cualquiera en un bar de carretera, los cubanos siguen llevando el ritmo en las venas. Y llegamos a Varadero, y allí nos quedamos 3 días. Mi primer baño del 2008, en el Caribe, con una lluvia torrencial, los relámpagos al fondo y cientos de personas disfrutando de la calidez de las turquesas aguas de este lugar. No creo que jamás olvidé aquélla imagen, ni la emoción absoluta de aquel momento. Varadero fueron las playas del Caribe, las aguas cristalinas, la arena blanquísima, el atardecer en un catamarán en la bahía, el amanecer en la playa del pueblo, rodeadas de gente que comenzaban su día de playa a las 6 de la mañana, las cenas escuchando las olas y los jugos de mango en la terraza del "Dos Mares". Varadero es pura Cuba, si uno se va lejos de los grandes hoteles.


La última parada fue también la primera, y en La Habana me despedí de la isla y de mis compañeras de viaje, tras una cena en "La Guarida", un sitio muy especial que nadie se debería perder. Un paladar en el que se come de lujo, que conserva un halo decadente y que se encuentra en un edificio palaciego precioso pero viejísimo en el que viven familias con lo poco que tienen. De nuevo la antítesis de la pobreza rodeada de los reflejos de una ostentación pasada que ya es mero recuerdo.







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Este viaje me ha llenado de impresiones la cabeza, muchas de Cuba, otras del futuro. La mayoría me las quedaré para mí. No me siento decepcionada por la isla, pero si me ha dejado un mal sabor de boca ver cómo viven muchos cubanos, y ver cómo gran parte del turismo de países desarrollados se aprovecha de esta situación.

Me quedo con ganas de volver pero eso será dentro de muchos años, cuando ciertas cosas hayan cambiado.